La historia de este complejo arquitectónico tapatío se remonta a finales del siglo XIX, cuando un modesto agricultor de nombre Segundo Díaz compró un terreno en la calle de San Felipe con la intención de construir una casa para su familia basándose en el modelo de las fincas de la élite tapatía en tiempos del Porfiriato.
De acuerdo con las escrituras el terreno ya contaba con cierta fama y un nombre dado por el mismo barrio. Se le conocía como el “Teatro de la Unión”, y se le decía así debido a su uso como espacio para entremeses y pastorelas, y solamente era un terreno sin construir, con un establo y una gradería.
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Origen de la finca y detalles arquitectónicos
Esta construcción vio la en el año 1910, la cual también es visible grabada en el remate de la fachada, de un género arquitectónico ecléctico mezclado con rasgos muy distintivos mudéjares.
La distribución interna de este inmueble también tiene un este estilo islámico español, pues cuenta con dos patios interiores flanqueados por arcos en forma de herradura, lugar en el que se desarrollaban la mayoría de las actividades de día y de noche y en la parte posterior del predio aparece un tercer patio donde seguramente se encontraban el huerto y los servicios en su uso original.
Poco tiempo después de que la construcción de la finca finalizara, el señor Segundo Díaz vendió la parte trasera del predio y traspasó la casa principal a su hermano, Don Miguel Díaz, el cual siendo también agricultor opta por darle uso de lechería, origen del popular apodo de el “Palacio de las Vacas”.
Arte en su interior
La riqueza de esta finca no recae solamente en el valor arquitectónico de sus escrituras, sino también en el valor artístico al interior de él, pues podemos encontrar muros y techumbres que se encuentran decorados con pintura mural hecha en diferentes etapas y con diferentes técnicas pictóricas, en su mayoría ejecutadas por el artista Xavier Guerrero a principios del siglo XX.
En los murales se pueden apreciar escenas bíblicas, paisajes rurales, urbanos, así como escenas mitológicas que describen cada uno de los espacios interiores de la finca, por lo que interpretar el uso original es realmente fácil.
Una finca con muchos años
Desde que el inmueble se terminó de construir en 1910 ha pasado por lo menos por trece propietarios, los cuales le han dado diversos usos siendo varias veces centro educativo, comercio de tapices, restaurante, cafetería y actualmente se alquila para eventos y sesiones fotográficas.
Si bien esta finca ha ido tomando notoriedad cada vez más entre los ciudadanos tapatíos por sus bellos murales y su arquitectura ecléctica tan singular, poco se conoce la historia de los grandes deterioros a los que esta finca ha sido expuesta, ya que a través de estos daños nos revela no sólo el paso del tiempo, sino también el paso de sus diferentes usos y las poco afortunadas intervenciones de sus antiguos dueños.
El problema quizá más grave de esta finca es la humedad por la filtración que representa una amenaza directa a la estructura.
Los estragos del tiempo
Al parecer en alguno de los diversos usos que tuvo la finca se quiso inundar con la tan temible y usual técnica de tapar los bajantes pluviales con cemento, lo que provocó una gran acumulación de agua que humedeció casi al cien por ciento la losa de terrado de vigueta y bovedilla de la casa. La pérdida de aplanados, presencia de sales, microorganismos y una sobrecarga estructural ocasionaron fisuras y grietas en la planta alta y las arquerías, deterioros que han provocado la pérdida de casi la totalidad de los murales del techo del segundo nivel de la finca.
Esta finca ha estado al borde de la desaparición pero desde que John Allen Davis la compró en 1999 ha trabajado arduamente para intentar conservarla en el mejor estado posible.